Antonio Cilloniz de la Guerra

José Gabriel Valdivia

Medio siglo bajo el hábito de la palabra

Hace unos meses se presentó en Arequipa la poesía completa de Antonio Cillóniz de la Guerra (Lima, 1944), quien ha tenido un periodo de larga residencia en Madrid y esporádicas estancias en el Perú. Son cerca de un millar de páginas bajo el auspicio editorial de Hipocampo Editores, que lleva por título general: Opus est. Poesía completa (1965-2016), distribuidas en cuatro estancias: Mañanas de primavera (Tomo I, 250 pp.), Mediodías del verano (Tomo II, 228 pp.), Tardes de otoño (Tomo III, 270 pp.) y Noches del invierno (Tomo IV, 252 pp.). Como apéndice a la edición, va el poemario Victoriosos vencidos, tomado del apartado "Venturosa morada" (Tomo III, pp. 169-221).
Antonio Cillóniz empezó a ser considerado en muchas antologías poéticas y panoramas poéticos peruanos contemporáneos, a partir de la obtención del Premio Poeta Joven del Perú 1970, que compartió con José Watanabe (1945-2007), aunque empezó a publicar unos años antes.
El acercamiento crítico lo ha calificado como un poeta "marginal, insular, atípico o sin filiación grupal", respecto del momento poético de los setenta --hegemonizado por Hora Zero-- donde se le incluyó a propósito de la antología Estos 13 (Lima, 1973), hecha por J. M. Oviedo, y no en el de los sesenta, al cual también pudo ser adscrito, al margen de la antología Los nuevos (Lima, 1967) de Leonidas Cevallos.
El año 1968 Cillóniz publica en Madrid su primer libro de poemas, Verso vulgar. En estos versos juveniles hay una preocupación, que desde su título se anuncia como una cuestión política o de rebelión contra lo establecido o considerado como "culto".
De un lado defiende el trabajo artesanal del poema y ya no a partir de la inspiración. En "Historia natural del poema" (Opus est. Poesía completa (1965-2016), tomo I, pp. 31-32) se compara el trabajo y el producto de un poeta con el de un obrero, en función del tiempo. Es importante esta noción de la división del trabajo: obrero/poeta, libro/plaza, y por otro lado, el problema del tiempo empleado en la elaboración de un producto manual y de un intelectual.
De este modo, busca las implicancias sociales del poeta y la poesía. Pero también se compara el plantar un árbol y cultivarlo con el hacer un libro, es decir, la intervención de la mano del hombre en la naturaleza y en la cultura. El trabajo del verso, del poema y del libro, vistos como un proceso complementario y no aislado, que sirve a la comunidad y permanece en el tiempo, vinculan la historia personal o individual con la grupal y social.
Desde ese entonces su poesía ha devenido de un compromiso político a un compromiso poético. De lo revolucionario hasta lo cívico --como le gusta a Antonio Melis-- porque esa vocación por el hombre se ha reconvertido en una vocación por la palabra, por la poesía y en ella por la vida humana, por la cruel y horrible historia de la civilización occidental contemporánea.

Y así perdura el signo
ya sin la mano que lo traza,
sin el papel donde se escribe
y sin lo que él designa.
Sólo perdura lo que nombra
y no lo que es nombrado,
aquello que es voz y no se oye
o luz y no se ve.
(De En ausencia de las musas, p. 59. Noches del invierno, Tomo IV.

Estos versos, que corresponden a la última etapa de su proceso creador, confirman el enfrentamiento permanente con la palabra y no con el mundo o la condición humana contemporánea.
La poesía total de Antonio Cillóniz es la muestra de un sujeto --no de un individuo--, de un poeta que ha tocado y vivido el mundo, su época, y que a pesar de haberse impregnado en sus palabras, estas últimas se salvan por esenciales y auténticas, sin despojarse de su real vestidura ni traicionarlas. Este compromiso con la palabra auténtica le otorga el derecho de criticar al hombre y su mundo, sin perjuicio de la expresión poética.

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